ESCRITORES AMIGOS





Sergio y Hernán



Hernán Guido tenía la vista clavada en el cielorraso. Había transcurrido un año ya, sin embargo, el recuerdo de Sergio, en lugar de diluirse, era cada vez más intenso.

Lo atormentaba la culpa. Jamás había cruzado por su mente la posibilidad de que Sergio no soportara la separación. Ya no podría pedirle perdón y él jamás se perdonaría a sí mismo. Ya Sergio estaba muerto.

Miraba el cielorraso, y sobre esa pantalla de yeso, entraba al Purgatorio una y otra vez, proyectando las imágenes de aquella tarde, en que, tras sus palabras, acordaron separarse…..


-Quiero que nos separemos-, dijo Hernán. Sergio no contestó de inmediato, como siempre. Tenía esa costumbre; uno creía que no había escuchado, que estaba distraido, sin embargo sólo era una pausa, un sello personal antes de dar una respuesta aplomada y certera. Pero Hernán no le dio tiempo y siguió hablando; sabía que Sergio intentaría disuadirlo como había sucedido en cada oportunidad que, en 25 años, él había expresado sus deseos de separarse.

-Creo-, continuó, que en el fondo piensas igual que yo, que esto no da para más; que sólo te frena el miedo. La separación asusta, y no creas que a mí no; son demasiados años juntos. Pero no empieces otra vez con lo mismo, porque lo sé de memoria…todos los inconvenientes que superamos juntos, las miradas de la gente, el esfuerzo de la familia para aceptar lo nuestro, y vos sabés muy bien, que aunque no digan nada, es lo que todos desean. ¿Entendés, Sergio? ¡¿Entendés que no aguanto más?!!!-, dijo antes de estallar en sollozos.


Hernán Guido miraba el cielorraso, y mientras las lágrimas comenzaban a resbalar por su rostro, recordó las últimas palabras de Sergio…”-Te amo, Hernán-“, le había dicho, antes que la anestesia surtiera efecto para que los cirujanos intentaran separar a los siameses.

Hector Varela